Antonio López. Pintura, escultura, dibujo

4 mayo - 19 julio, 1993 /
Edificio Sabatini, Planta 4
Antonio López. Los novios, 1955. Pintura. Colección Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid
Antonio López. Los novios, 1955. Pintura. Colección Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid

El paisaje cotidiano, entendido éste en su más amplia acepción, constituye el tema fundamental de la pintura de Antonio López (Tomelloso, Toledo, 1936), representante por excelencia de la corriente realista española de la segunda mitad del siglo XX. Conforman el imaginario del pintor, no sólo la ciudad -ya sean las calles de su pueblo natal o de Madrid, convertida en protagonista de su trabajo a partir de 1960- sino también los rincones de su casa, su jardín y su familia. Esta exposición antológica, compuesta por ciento setenta obras, entre pinturas, esculturas (exentas, relieves y relieves tridimensionales) y dibujos, permite trazar la trayectoria de Antonio López, desde sus primeras obras, donde conviven figuración y fantasía, como en Mujeres mirando los aviones (1954), hasta el realismo estricto que alcanza como gramática definitiva en la década de los sesenta visible en Nevera de hielo (1966) y que mantiene hasta sus trabajos más recientes.

Entre medias queda el final de su etapa de formación, marcado por su viaje a Italia y Grecia en 1955, tras el cual sus figuras ganas en rotundidad y presencia, como ejemplifican los dobles retratos Antonio y Carmen (1956) y Mis padres (1956) y el carboncillo Cuatro mujeres (1957). Paralelamente, inicia una serie de pinturas caracterizadas por la extrañeza, por cierta perversión de la realidad en el sentido surrealista y como en Campo del moro (1960) por el recurso de las mujeres flotantes. La niña muerta (1957) y Atocha (1964) son obras emblemáticas de este momento, en el que Antonio López construye sus obras sobre metáforas que responden al fenómeno del dépaysement réflechi (desorientación reflexiva), que, en palabras de Paloma Esteban, comisaria de la exposición, “consiste en plasmar en espacios perfectamente lógicos objetos extraños entre sí o fuera de su contexto habitual”. Aun así, el aura de misterio sigue presente en sus cuadros posteriores.

Paulatinamente, su pintura se hace más austera, tanto en los temas como en el uso de las materias pictóricas, a la vez que se decanta por una paleta y unas luces determinadas, cálidas principalmente. Todo ello, junto a su minuciosa y lenta producción, no hace sino imposibilitar cualquier clasificación que conlleve la simplificación de la esencia de su trabajo. Sus obras no se atienen a los presupuestos del Hiperrealismo; al contrario, ya sea en sus numerosos retratos o en las múltiples vistas de Madrid, sean panorámicas o realizadas a pie de calle, como también en los cuadros de árboles, flores y frutos, su propósito es captar la eternidad del instante, para ello suspendiendo el tiempo. Paradójicamente, su decantación por el paisaje urbano lo convierte en uno de los testigos más destacados de los cambios y transformaciones de la faz de la ciudad a lo largo de su historia reciente.

Datos de la exposición

Organización: 
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Comisariado: 
Paloma Esteban