Misión
El Museo Reina Sofía es una institución pública con la finalidad de producir relatos sobre las culturas de la modernidad y sus efectos en el último siglo y de dar acceso a la sociedad al arte del presente, es decir, a sus posibilidades de transformación y de imaginación radical.
Si el museo tradicional está hecho para el ojo —para la mirada contemplativa como órgano intelectual―el museo contemporáneo está concebido para el cuerpo entero ―y cualquier visitante es consciente ante obras que apelan a su desplazamiento en las salas o a las diferentes formas del deseo. Los museos de arte contemporáneo no se vuelven feministas o preocupados por los temas de género, no se vuelven interesados por la diversidad étnica, racial o económica, ni se interesan súbitamente en demandas sociales concretas, sino que estos temas están en el corazón de las prácticas artísticas que definen su sujeto ―que no objeto― institucional. El Museo se erige como parte de las condiciones materiales de igualdad porque esas constituyeron el marco de la historia de las ideas y de la subjetividad que ha hecho emerger las prácticas artísticas del régimen contemporáneo que comenzó en los años 60 ―al tiempo de la segunda oleada del feminismo y su impacto en las artes visuales y el nacimiento de la performance, de las revueltas de Stonewall, de la revolución de clases de Mayo del 68, de las últimas independencias de los países antes bajo los imperios coloniales europeos. Por eso el cuerpo es un elemento central en el Museo: como construcción política y espacio de crítica interseccional y como lugar de la experiencia personal del arte y de su experiencia social y colectiva.
Como cuerpo, la institución aspira a ser una forma coreográfica, abierta al diálogo y a la participación. Cualquier forma de continuidad tiene que conjugarse con su puesta al servicio de una serie de finalidades necesariamente cambiantes. Para generar ecosistema y no hegemonía, el Museo ha de tener conciencia de la necesidad de acción transescalar ―en atención a cada una de las escalas de su bioma. La pensadora ecofeminista Yayo Herrero habla de que la diversidad es condición fundamental para la vida y sus principios ecológicos son básicos también para el organismo institucional: la condición de supervivencia es la interdependencia.
El pensamiento contemporáneo ha realizado una crítica continuada de los procesos teleológicos de la Historia, removiendo una fuerza dialéctica capaz de producir espacio para toda diferencia, para todo brote divergente. El pasado, el del museo mismo y el de las colecciones que contiene, ha de ser entendido como constelación, como un archivo siempre abierto y en construcción al que encontrar sentidos que correspondan a un presente crítico que los adscriba a la posibilidad misma de convivencia cultural. Si un museo así fuese un género literario sería ficción especulativa o ciencia ficción, una narrativa en la que el futuro ya no pertenece al porvenir, sino que está siendo constituido por fuerzas que ya están aquí, aún distribuidas de forma desigual. El Museo es el lugar para constatar otros futuros que ya están aquí y que son ahora mismo.
Un museo de arte contemporáneo es polifónico. Más allá de su condición europea, abraza la imparable diversidad de los cuerpos. Este fue fundado en el espacio de un hospital del siglo XVII. Eso es clave: el Museo tiene la ventaja de sumar en su espacio la memoria ya no de un lugar de cuidados sino de un espacio en el que se inscriben los procesos de exclusión ―ya que aquí se decidió durante siglos qué vidas merecían ser salvadas y cuales no― que el arte contemporáneo debería despejar. Hoy sabemos por la hauntología que los espectros que habitan los espacios que conjugamos son motores de producción artística, política y vital. Los fantasmas vienen a perturbar la contemporaneidad con la terquedad de lo irresuelto son parte central de los relatos del Museo.
Al pensar en la función de esta institución también es fundamental reflexionar sobre qué le hace el arte al lenguaje, qué le hace el arte a la identidad y qué le hace el arte a la realidad. Y, sobre todo, qué les va a poder hacer. Por eso también sus formas de producción cultural tendrán que ser entendidas de forma expandida: arte, conocimiento, investigación, textos, relacionalidades, pero también, modos de hacer. El artista estadounidense Dan Graham ―de quien puede visitarse un pabellón permanente en el jardín del Reina Sofía― decía: “Creo que un museo es un gran lugar donde reavivar el amor”. Pues bien, se trata de hacer posible una y otra vez una red de afectividades que den lugar a un museo seductor y deseado, entrelazando su poder discursivo y la excelencia en la calidad de sus diferentes presentaciones a la propia escena que, desde sus orígenes, ha contribuido a formar. Un lugar no donde ir porque hay que ir, sino porque su ritmo es parte del cuerpo propio.

Proyecto 2023-2028
Puedes consultar el proyecto completo para los próximos años del Museo.