
Vigilante rojo
- Técnica
- Chapa de aluminio pintada
- Dimensiones
- 182 x 222 x 163 cm
- Año de ingreso
- 1988
- Número de registro
- AS07726
- Fecha
1979
- Crédito
Donación del autor, 1983
Edgar Negret coincidió con Jorge Oteiza entre 1944 y 1946 en Popayán, donde el escultor vasco compartió sus enseñanzas sobre Henry Moore y sobre el vacío como opuesto dialéctico de lo sólido y como tarea elemental de conciliación o síntesis en el escultor. Oteiza le admiraba: «no por ser el más importante de los escultores de Latinoamérica y uno de los más grandes escultores de la escultura contemporánea, sino por la naturaleza laminar de su escultura, por la personal fabricación de su lenguaje, por esa capacidad de sus estructuras laminares para articularse y penetrar en la altura física de los grandes espacios simbólicos y abiertos» (1980).
Su estilo de madurez se basa en una escultura-acción que deja al descubierto pernos y tuercas, un ensamblado que revela la operación de organizar cuerpos y acoplamientos. Sus mecanos amables están cubiertos por una capa uniforme de pintura industrial mate –roja, por lo general– que erradica la visualidad pictórica del metal al tiempo que le otorga la condición de máquina.
La serie de Los vigilantes es una de las más emblemáticas en su producción. Una versión de mayor tamaño preside desde 1978 el patio de armas del Palacio Presidencial de Nariño en Bogotá. Vigilante rojo se compone de diez elementos columnarios en desplazamiento parabólico. Cada una de las piezas verticales gira treinta grados respecto a la anterior, para dar lugar a cinco estructuras gemelas contrapuestas. Su despliegue es una invitación a recorrer la secuencia cinética que se experimenta al rodear la escultura.
Negret admiraba la arquitectura plástica y coloreada de Antoni Gaudí desde su primer viaje a España en 1953: Vigilante rojo remite a los guerreros en las chimeneas de la Casa Milá en Barcelona. De hecho, definió sus esculturas como: «instrumentos ineficaces para escapar».
Manuel Segade